Nosotros también tuvimos nuesto Adán criollo, a quien Dios, de una costilla le formó una Eva que le presentó como compañera. Luego de la china le trajo el pingo, para la lidia del trabajo y de la diversión, del paseo o de las carreras. El pingo no se presta, como la guitarra, que también le regaló, para endulzar los pesares, para esayar estilos, tristes y vidalitas, donde volcar la poesía de su alma.
Más adelante, para defenderlo de la intemperie, le construyó el rancho en cuyos horconesse colgaría una rústica cama y en cuyo fogón se asaría el churrasco para alimentarse. Después le trajo el perro vigilante, y la alondra matinal de la calandria autóctona para, en la aurora, despertarlo con su música desde la enramada.
Y el hombre con todos esos tesoros aún parecía no estar contento y Dios le preguntó:
-¿Qué te falta?
Y el paisano le contestó, filosofando:
-Todo pasa, tata Dios, menos el dolor… Mi mujer se pude ir con otro; habrá momentos en los cuales no tendré ganas de cantar; cuando sea viejo no montaré el pingo; el hijo hará rancho aparte; se puede alzar el perro; caerse la casa… Y a mí no me restaría un compañero. Un compañero para contarle despacito las penas, las tristezas de la vida; que me haga sentir su caliente mano de varón y que sea callado y fiel…
Entonces Dios le regaló el mate amargo.
Adolfo Montiel Ballesteros