El primer golpe, como la primera palada de tierra sobre el ataúd, fue seco y duro; lo recibió en la cara, pero lo sintió en el corazón. Y así quedó ella, como la gente que mira la tierra cubrir el féretro, llorosa, inmóvil, incredula ante su destino, llena de dudas, vacía de ilusión, intentando encontrar una inexistente explicación. Pero a diferencia de los dolientes, ayudados a salir de su estado por las muestras de apoyo y cariño de los demás, a ella fue el segundo puñetazo el que le hizo darse cuenta de que aquello no era un mal sueño, sino la triste, dolorosa e injusta realidad […]
-Extracto del libro Mi marido me pega lo normal de Miguel Lorente Acosta-